Hace unos días, Vida Nueva se hacía eco de los resultados de un estudio llevado a cabo por el Centro estadounidense de Investigación Pew en el que detallaba las estadísticas alrededor de la movilidad humana en el mundo. A día de hoy, más de 280 millones de personas son migrantes internacionales, es decir que viven fuera de su país de nacimiento. Este dato deja fuera a grupos que migran dentro de las fronteras de su propia tierra, pero nos da una estimación de la enorme cantidad de gente que se desplaza en todo el mundo.
De los migrantes internacionales, el estudio del centro Pew destaca que casi la mitad de todos ellos sean cristianos, aun cuando los discípulos de Cristo no alcanzan este porcentaje en relación al conjunto de la población mundial. Es decir, que no hay casi un cincuenta por ciento de cristianos en total. Este hecho se entiende mucho mejor si se examina al segmento de los judíos. Aproximadamente, los judíos representan un 0.2% de la población del mundo entero. Sin embargo, si nos centramos solo en los migrantes, su representación aumenta hasta el uno por ciento, un número cinco veces superior.
Según esta información, los judíos son, con diferencia, el grupo con más movilidad relativa. Hasta el 20% de ellos son migrantes, mientras que el resto de segmentos sociales se ubica mayormente entre un 4 y un 6%.
Con independencia de la religión de las personas, lo cierto es que América Latina y el Caribe están atravesando la que se conoce como la peor crisis migratoria de su historia. Además de los ya conocidos flujos desde Centroamérica y México hacia los Estados Unidos, Venezuela y Haití también han visto incrementada su salida de personas, lo mismo que en la zona del Tapón del Darién, una región de selva entre Colombia y Panamá. Nos lo recordaba la hermana Carmen Ugarte, de las Oblatas del Santísimo Redentor. Ella es representante regional de América Latina de la red contra la trata Talitha Kum. La entrevistamos para este episodio y nos habló sobre cómo una situación de tráfico de migrantes puede transformarse fácilmente en trata de personas.
Hacemos un inciso para un resumen sencillo: las redes de tráfico pretenden la entrada de gente a un país fuera de los cauces legales y la trata se refiere a la explotación de esas personas, con independencia de si vienen o no del extranjero.
Retomando esa crisis migratoria sin precedentes, se estima que cada año unas quinientas mil personas cruzan la frontera entre Mexico y Guatemala huyendo de la violencia1. Si nos quedamos solo en las palabras, hablar de violencia genérica puede impedirnos acoger la magnitud de la problemática. Por aterrizarlo en datos más concretos, nos referimos a estadísticas de 2017 que notificaban en El Salvador el asesinato de una mujer aproximadamente cada dieciocho horas o las que revelan que el número de mujeres asesinadas en Guatemala se triplicó entre los años 2000 y 2020. Ese es un tipo de violencia concreta del que se puede querer escapar.
Al englobar las causas del desplazamiento en un todo más amplio, nos encontramos con personas vulnerables que intentan dejar atrás una situación que les deshumaniza y que es aprovechada por grupos criminales para alimentar sus redes de tráfico y trata. Cuando ofrecen una alternativa al sufrimiento padecido, captan a sus víctimas con relativa facilidad. La hermana Carmen Ugarte nos decía también que las políticas migratorias de los países se han ido haciendo cada vez más restrictivas, lo cual ha contribuido a aumentar los riesgos a los que se enfrentan los desplazados. Decía Ugarte que estas políticas no solo no han frenado o impedido la migración, sino que la han vuelto más cruel, inhumana y peligrosa:
(...) haciendo que la explotación, sobre todo laboral y sexual, parezca su única alternativa antes que la denuncia o el retorno obligado a su país de origen. Las redes criminales operan a la vista de todos, incluso de policías que no investigan con seriedad los casos; investigación que va quedando en manos de activistas, que tratan de rastrear estas redes cada vez que desaparece una niña o una mujer, a menudo trabajando de la mano con las madres y los padres de los desaparecidos.
Si te preguntas cómo es posible que las redes criminales operen a la vista de todos y no se produzca una persecución sobre ellas, podemos encontrar una respuesta a varios niveles. En primer lugar, el miedo en la población local. Tales grupos criminales no son conocidos por respetar la vida humana, así que el señalamiento público podría traer consecuencias fatales para la persona en cuestión o sus familiares. En un segundo nivel encontramos a las fuerzas y cuerpos de seguridad de los países, que, tal como nos compartía Carmen Ugarte, pueden actuar con negligencia. Por otro lado, la voluntad política de los representantes públicos. Y, en última instancia, el derecho internacional.
Imagino que estás al tanto de que existe un tribunal de justicia llamado la Corte Penal Internacional que tiene la misión de juzgar a personas acusadas de cometer crímenes de genocidio y otros atentados contra la humanidad en su conjunto. A día de hoy, 124 países reconocen su autoridad, como por ejemplo Afganistán, Austria, la República centroafricana, España o Perú. Otros, como Estados Unidos e Israel, no aceptan la autoridad de este tribunal para juzgar crímenes de guerra o genocidio.
La profesora Jocelyn Getgen Kestenbaum, especialista en aspectos legales sobre derechos humanos y el holocausto, señala en la dirección de la Corte Penal Internacional a la hora de explicar la exención de consecuencias para las redes de crimen organizado que comercian con personas2.
La profesora Getgen Kestenbaum dice que el Estatuto de Roma, el documento que define los crímenes que puede juzgar la Corte Penal Internacional, genera una amplia brecha de impunidad al omitir el comercio de esclavos como un crimen de guerra y como un crimen de lesa humanidad desde un punto de vista más allá de la esclavitud derivada de un conflicto. Esta especialista añade que el estatuto de Roma no enumera el comercio de esclavos o la esclavitud en el artículo 8, donde define los crímenes de guerra. Y tampoco define el comercio de esclavos dentro de la esclavitud en el artículo 7 como un crimen de lesa humanidad, lo mismo que tampoco explicita el comercio de esclavos dentro del conjunto de ataques contra la población civil.
Las consecuencias de lo anterior son claras. Cuando fallan los mecanismos de acción contra los grupos criminales, no hay una entidad de mayor alcance que los pueda perseguir y, por tanto, tales omisiones derivan en que casi todos los perpetradores de la trata de esclavos no sean capturados.
Quizás, al hablar sobre el tráfico de personas y la trata se nos venga a la mente un escenario donde la víctima es atada de pies y manos y retenida en habitaciones mugrientas a fin de que no se escape. Las películas y las obras de ficción han contribuido a pensar que ese es el único modo en que opera el tráfico y la trata de personas.
No obstante, debe quedar claro que estamos hablando de gente en una situación de vulnerabilidad extrema. Vidas tan precarizadas que pueden incluso aceptar esa esclavitud como una alternativa viable pensando que están decidiendo de manera voluntaria. La profesora Celia Williamson, de la Universidad de Toledo de Ohio, en Estados Unidos, lo explicaba de este modo en una entrevista al medio WTOL:
Esto es una red muy compleja en la que la gente queda atrapada. Son vulnerables y los traficantes dan un paso al frente y dicen tengo aquello que tú necesitas. Necesitas amor, necesitas comida, necesitas ropa, lo que sea yo lo tengo para ti (...) Esto no es azaroso, alguien lo planeó. Alguien muy inteligente en lo que hace (...) Lo más habitual no es encadenarte las muñecas y los tobillos, sino encadenar tu mente y tu corazón. No es meterte en una camioneta, es manipularte y posicionarte en un lugar en el que puedas ser explotado.
La profesora Celia Williamson también decía que, una vez el corazón y la mente han sido manipulados, es muy complicado ayudar a esas personas para dar un giro y oponerse a los traficantes.
¿De qué estamos hablando en conjunto? ¿A qué nos referimos cuando decimos que las personas caen en redes de tráfico y de trata? ¿Dónde terminan estos circuitos?
Si hiciésemos una encuesta a pie de calle, no sería raro descubrir que la respuesta principal sería que estas personas son víctimas de la explotación sexual. De hecho, muchos estudios científicos3 demuestran cómo el tráfico sexual acapara la atención y orilla la existencia de otras finalidades.
Sin embargo, el cuadro es mucho más grande que eso y, por tanto, también lo son las dimensiones del sufrimiento que ello acarrea.
Tenemos, como decíamos, los casos conocidos por todos de personas vulnerables, sobre todo mujeres y niñas, que son engañadas o forzadas a realizar trabajos de índole sexual. Por otra parte, debemos mencionar a quienes son empleados en trabajos forzados bajo condiciones degradantes, como sucede en algunos ámbitos relacionados con el trabajo en el campo.
Más allá de eso, entramos en terrenos que suelen ser del todo desconocidos para la población general. Tal es el caso del tráfico de personas para la comisión de delitos. Los delitos a que se les obliga son muy variados: producción de drogas (sobre todo cultivo de marihuana), tráfico de drogas, carterismo, robo en tiendas, falsificación y otros más agresivos como el asesinato, el rapto o la instalación de minas antipersona.
Además de todo ello, tenemos también el tráfico de personas relacionado con la salud, como el comercio de partes del cuerpo, órganos, tejidos y células. Dado que en el mundo hay más necesidad de órganos y tejidos de los que las donaciones voluntarias pueden satisfacer, existe lo que se conoce como turismo de transplante4. Alguien con el dinero suficiente puede viajar hasta otro país y obtener la parte del cuerpo que está necesitando, tomándola de otro ser humano que no necesariamente tiene por qué haber dado su consentimiento. Hablamos de personas en necesidad económica que renuncian a partes de su cuerpo por dinero, pero también del comercio con partes del cuerpo de refugiados fallecidos, a quienes les son extraídos los órganos para receptores que han pagado por ellos.
Existen, por supuesto, muchos otros mercados donde el tráfico de personas y la trata tienen un papel protagonista. Niños y niñas para explotación sexual, tráfico de niños para circuitos de adopción, matrimonios forzados, explotación laboral infantil, etcétera. A día de hoy, por ejemplo, trabajan unos dos millones de niños en las plantaciones de cacao de África Occidental de cuyos frutos se benefician compañías de todo el mundo, entre ellas Nestlé, a tenor de lo que leemos en un artículo de la profesora Laurie Sadler Lawrence del año 20205.
Por tanto, nos encontramos ante una lista de actividades relacionadas con el tráfico de personas que va más allá del trabajo sexual forzado. Además, veíamos que la mayoría de los casos no tienen que ver con el encadenamiento de muñecas y tobillos, sino con el encadenamiento de la mente y el corazón, una trampa de la que es muy difícil salir.
Estamos ante un panorama que exige dos acciones separadas pero relacionadas. De un lado, es un imperativo denunciar y eliminar estas redes delictivas a todos los niveles en los que operan. Por otra parte, se necesita un trabajo para ayudar a que las víctimas puedan salir de esa trampa e integrarse de nuevo en la sociedad.
Surge entonces una problemática añadida. A la hora de denunciar y eliminar estas redes criminales nos vamos a topar con que se entrelazan con negocios legítimos y empresas que cumplen la legalidad. Está ampliamente estudiado6 que el crimen organizado suele infiltrarse en negocios legales con varios fines: ocultar el comportamiento criminal, lavar dinero, maximizar ganancias, controlar ciertas industrias, etcétera. La literatura existente sugiere que esto se produce de manera oportunista, es decir cuando se necesita un marco legal que proteja a la actividad criminal de fondo. Un ejemplo lo encontramos en grupos violentos de los Balcanes que se asocian con compañías de transportes para mover a mujeres hacia Europa Occidental y que utilizan instituciones financieras legítimas para transferir los activos con una apariencia del todo legal.
Las redes criminales que comercian con vidas humanas no solo operan desde oscuras habitaciones en países lejanos, sino que tienen conexiones directas con empresas que pueden estar al lado de nuestra propia casa.
Por otro lado, hablábamos sobre la necesaria reincorporación de las víctimas de la trata a la vida social, lo que se conoce como reintegración. En Nepal7, por ejemplo, esto puede ser complicado para las mujeres que logran salir de la explotación sexual. El funcionamiento general de la sociedad nepalí tienden a marginar y vulnerabilizar a las mujeres, de manera que su reintegración se ve dificultada. En ese contexto concreto se necesita un trabajo que incida no solo en la víctima, sino también en el entorno.
Esto último conecta con algo que compartía la hermana Carmen Ugarte con este pódcast:
Nuestras experiencias de caminar en nuestras redes por más de quince años con personas que sufren las consecuencias de la trata nos muestra el rostro humano de este flagelo mundial. Estamos llamadas a adoptar un enfoque holístico centrado en la persona que tiene como objetivo su sanación integral y su florecimiento a una vida nueva. Para nosotras, ahora, promover el protagonismo de las y los sobrevivientes es clave esencial para mejorar nuestra capacidad de prevención, actuar con empatía, atención y aceptación incondicional (...) Somos conscientes de que no estamos solas y que esta Misión no puede realizarse de forma aislada. Estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola red o nación y por ello necesitamos ampliar la colaboración y las asociaciones.
Actuar contra el tráfico y la trata requiere de colaboración multidisciplinar. La recuperación física, psicológica y socioeconómica de las personas supervivientes no puede ser abordada por una única entidad que responda ella sola a sus necesidades. La coordinación y colaboración entre organizaciones de sectores distintos se hace fundamental.
Lo que nos lleva a uno de los últimos temas clave que vamos a descubrir hoy. Gayle Munro, la directora del centro para los niños y las familias del Reino Unido sacó a relucir en un artículo de 20208 las motivaciones de muchas personas a la hora de implicarse en la lucha contra el tráfico sexual. Apoyándose en varios datos, afirmaba que lo que movía a esta gente era que esas prácticas atentaban contra lo que su religión enseñaba en materia sexual, por lo que la motivación última no tenía que ver con la dignidad humana. En el mismo texto, señalaba a modo de advertencia que las entidades de origen religioso que luchaban contra la trata debían ser observadas para prevenir el proselitismo.
A este respecto, la Iglesia Católica tiene mucho que ofrecer a partir de su magisterio social, dado que el trabajo en contra de estos grupos criminales no nace del proselitismo, sino del respeto a la dignidad última del ser humano.
Hablando sobre la red Talitha kum, la hermana Carmen Ugarte dice lo siguiente:
Para las redes de Talitha kum en América Latina y el Caribe, el principal objetivo es visibilizar el delito. Muchas de las personas que hoy son víctimas de trata fueron engañadas por personas que conocían. La trata tiene múltiples rostros. Por eso es necesario saber que existen diferentes medidas o estrategias de prevención, como es conocer sobre lo que es la trata de personas, tener redes de apoyo, verificar las ofertas laborales engañosas, hacer uso continuado de las plataformas virtuales y, por supuesto, denunciar.
Para la red Talitha Kum, la visibilización pasa también por solicitar públicamente vías seguras de migración que se vean libres del influjo de redes criminales. Sin embargo, la respuesta de los estados, tal como estamos viendo en los últimos tiempos, va en sentido opuesto. Los discursos de odio y xenofobia se multiplican cada día. Hemos retrocedido en el tiempo a las cacerías de brujas, a la histeria colectiva de la que mucha gente está sacando un rédito económico.
Decíamos más arriba que los grupos criminales se infiltran en empresas legítimas. Eso se aplica también a los medios de comunicación, las empresas tecnológicas y las granjas de ideas y otros negocios susceptibles de generar dinero a partir de los discursos de odio.
Lo que importa es el rédito que se puede sacar del sufrimiento ajeno, ya sea de tipo político o directamente económico. La persona que ha caído en redes de trata queda en nada y es transformada en una variable económica más a la hora de calcular los beneficios.
Sin embargo, no está del todo abandonada. Hay corazones dispuestos a permanecer a su lado, a no dejar que la transparencia les alcance. Terminamos el episodio con unas palabras que nos compartía la hermana Carmen Ugarte:
Ante una situación complicada, y más de esta magnitud, solo aferrándonos a la esperanza es posible visualizar un escenario diferente, es decir, sentipensar que las cosas mejorarán. La esperanza da paz y alegría al corazón abatido (...) Reconocemos que, en medio de la injusticia, Dios se manifiesta. Pero necesitamos alzar la voz y atrevernos a evidenciar y denunciar el delito. Dejarnos tocar y adentrarnos en el sufrimiento de estas hermanas y hermanos es como lo podemos hacer; hacernos presentes allí donde se encuentren para escuchar les da esperanza; y a nosotras también nos da esperanza continuar escribiendo historias de redención. Nuestra utopía es crear un futuro en el que todas y todos tengan vida y la tengan en abundancia.
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