En el episodio de esta semana vamos a retomarlo donde lo habíamos dejado la vez anterior. Hasta el momento, hemos repasado cómo los fenómenos migratorios humanos relacionados con el clima pueden pasar desapercibidos entre otras movilizaciones más conocidas. Decíamos que es fundamental adentrarse hasta conocer la causa última que provoca el abandono de la propia tierra en busca de otra que ofrezca mejores perspectivas. El cambio climático, o emergencia climática, es algo real, con datos contrastados desde hace más de sesenta y cinco años1. Sin embargo, el mundo actual ha propiciado la aparición de grupos negacionistas que se oponen a ello, también dentro de la Iglesia.
Los migrantes climáticos pueden pasar desapercibidos entre otros grupos humanos de desplazados. Las calamidades que trae consigo la devastación provocada por la guerra son lo suficientemente desoladoras como para opacar cualquier otra circunstancia de sufrimiento. Ello provoca que los medios de comunicación suelan pasar por alto a las personas que dejan su hogar por causas menos catastróficas y que, sin embargo, tienen igualmente consecuencias similares.
El obispo Rafael Cob, presidente de la REPAM, le dice así a este pódcast:
Nos preguntamos si los gobiernos hacen lo posible para que esta migración no se dé (...) Hablamos de un Primer Mundo, de un Tercer Mundo, pero, en definitiva, todos pertenecemos al mismo mundo (...) Todos somos corresponsables de esta problemática de la migración que se da también a nivel de cambio climático, de la que produce el calentamiento global, que produce, en definitiva, la falta de cuidado de la Casa Común, de las amenazas (...) Todo está relacionado (...) Debemos tenerlo muy presente, ¿qué hacemos nosotros para que haya un equilibrio planetario?
Un equilibrio planetario que no solo tiene que ver con depositar el papel en su contenedor correspondiente (que también), sino que alcanza a todas las decisiones que tomamos acerca de lo que producimos y lo que consumimos. Continúa diciendo el obispo Cob:
En definitiva, no podemos negar que afecta directamente a la vida de los pueblos, a la vida personal de las personas y de los derechos y lógicamente también a las personas migrantes. Por eso es importante que nosotros nos demos cuenta de que es urgente que actuemos. Por eso, acerca de las conferencias del cambio climático, el papa habla de que si esas reuniones no toman en serio un compromiso vinculante, sino que se quedan en buenos deseos, la solución del problema no se va a dar. Si los países que más contaminan son los que más tienen, los más poderosos, y no se comprometen a trabajar por reducir el calentamiento global, todo eso está afectando directamente. No podemos negar que está afectando porque lo estamos experimentando. Las grandes inundaciones, las grandes olas de calor, todo eso en definitiva es causa humana, porque las personas no actuamos como corresponsables para que verdaderamente haya un equilibrio planetario.
Un equilibrio que dista mucho de alcanzarse. Nos asomamos al mundo, ya sea a través de las redes sociales o de los medios de comunicación, y lo que vemos nos genera desasosiego. El desarrollo de la Inteligencia Artificial maravilla al mundo por sus capacidades técnicas mientras, al mismo tiempo, genera graves problemas éticos sobre su uso y también afecta directamente al deterioro del ambiente contaminando térmicamente el agua, generando desechos por medio de las materias primas necesarias, etcétera. Por otra parte, otras tecnológicas ofrecen la última generación de dispositivos sin reparar en las prácticas extractivistas que esclavizan y contaminan. La gente quiere una hamburguesa barata sin reparar en la deforestación necesaria en la otra punta del mundo para plantar la soja o el grano que alimentará al ganado. Un sistema de producción y consumo que presiona al planeta día tras día.
Y trágico también resulta el hecho de exista un día al año en el que se supere la capacidad de la Tierra para abastecer a la humanidad. Se conoce como el día de la sobrecapacidad y este año (2024) se alcanzó el pasado uno de agosto. Observamos esa noticia y, en un segundo, pasamos a la siguiente. Ya no importa porque hay otros estímulos que atender.
¿Qué hacemos en esa tesitura? ¿Es posible comprender la magnitud del cambio climático, su relación con los procesos migratorios y no sentirnos abrumados ante la aparente falta de voluntad general? ¿Cómo responde la Iglesia? El presidente de la REPAM nos dice lo siguiente:
¿Qué es lo que la Iglesia hace para que verdaderamente se dé esa conciencia en la gente y en los gobiernos de ver que el problema del cambio climático está afectando también sobre estas emigraciones que se están dando constantemente en nuestro mundo? La Iglesia ha hecho con su magisterio social mucha incidencia, a nivel de la gente y en los gobiernos. Laudato si’ da una respuesta muy importante que deberíamos poner en práctica, lo que llamamos una ecología integral. Es decir, que no podemos separar el espacio donde viven la gente de la misma gente en sus derechos. Es importante esta salida que el papa pone en la encíclica Laudato si’. Solamente con una ecología integral podemos dar solución a estos grandes problemas. No se puede separar la persona de su realidad.
Si bien es cierto que una rápida mirada a la situación global, ya sea a nivel geopolítico o a pie de calle, pueda alimentar la impotencia ante las injusticias que se suceden una tras otra, hay espacio para la esperanza. Y esa esperanza pasa necesariamente por el camino de la ecología integral. Se ha tomado conciencia de que lo necesario no es siempre lo más urgente y que hace falta incidir en las estructuras originales que están al comienzo de los desequilibrios que atentan contra la dignidad humana. La fuente de esperanza la encontramos en que el desarrollo de esa conciencia global no habría sido posible sin la implicación constante de millones de personas en todo el planeta, ya fuese a nivel académico, comunicativo, institucional o de voluntariado. El ser humano no está dispuesto a abandonar, ni al planeta en el que vive ni a sus congéneres más desfavorecidos. Ahí, la voz de la Iglesia, debe jugar (y de hecho juega) un papel crucial a nivel planetario. Desde Zambia, Gabriel Rodríguez nos dice lo siguiente:
Por eso la importancia de Laudato si’, que se deja notar como la voz del profeta, muchas veces en el desierto, pero que, poco a poco, va calando y ayuda a cuidar la madre naturaleza. El negacionismo presente, más en el hemisferio norte, es un cerrar los ojos a un problema global y que afecta mucho más al hemisferio sur, curiosamente donde se encuentran los países que menos contaminan. Muchas personas, gobiernos, países, van con las luces cortas en sus vidas, sin ver más allá. No pensamos que estamos de paso ni en cuidar la naturaleza en su conjunto … Para los católicos, estas campañas preparadas por ONGs católicas, como Manos Unidas, no pueden ser reducidas a lo económico. Para un cristiano, el cuidado del planeta debe también ser vivido desde la oración, desde la lectura de la Palabra, desde la Eucaristía, que se manifiesta por el amor de Dios hacia nosotros y todas sus criaturas y que nosotros tenemos que traducir en una espiritualidad ecológica.
Por tanto, cuando hablamos sobre una ecología integral, nos estamos refiriendo también a eso, a un pensamiento ecológico transversal que atraviese todas las dimensiones del ser humano, lo cual incluye la mirada hacia lo trascendente.
En contra de esto, tenemos un sistema económico basado en lo inmediato que homogeneiza toda relación social hasta transformarla en una transacción más, por lo que se opondrá a cualquier conjunto de valores o creencias que abogue por una mirada pausada y profunda, dado que solo así se pueden señalar los defectos estructurales del sistema que están potenciando y fomentando toda clase de injusticias. El propio modelo económico ejerce presión sobre las distintas religiones para que las personas vivan su fe del modo más individualista posible, preocupándose solo de su propia relación con lo divino y oponiéndose a cuanto suene o huela a preocupación por lo común.
Sin embargo, otra mirada sí es posible. El obispo Cob compartía lo siguiente con este pódcast:
En una reunión que tuvimos en Roma las distintas redes eclesiales que trabajamos por el cuidado de la Casa Común nos decía, sobre todo, la parte de Asia, sobre el calentamiento global de los mares, de los ríos, que van aumentando el nivel de las aguas y van desapareciendo incluso islas. Y ellos veían esta urgencia de que, verdaderamente, se ven obligados a salir de su lugar de origen, precisamente por los efectos del cambio climático (...) Por otra parte, aparece también la teología de la urgencia, en estas reuniones que hemos tenido en favor de la Casa Común. Algunas redes hablaban de esto, de que falta una Teología de la Urgencia, es decir de ver que, verdaderamente, urge que los gobiernos y el mundo se tomen en serio como amenaza.
Mientras la Iglesia toma conciencia acerca del desarrollo de esta Teología de la Urgencia, en el panorama político se dan pequeños pasos hacia ese mismo reconocimiento de la necesidad de proteger el clima para evitar migraciones y conflictos2. En la COP16 de 2010 se reconoció la importancia de la movilidad humana. En 2013, el Mecanismo Internacional de Varsovia creó un espacio para discutir las consecuencias negativas del cambio climático en caso de que los esfuerzos no fueran suficientes. En la COP21 de París se estableció el intento de mantener la temperatura global en 2 grados por encima de los niveles preindustriales.
Otra cosa, por supuesto, es que los diferentes países antepongan sus agendas medioambientales a las que vienen impuestas desde las grandes corporaciones y grupos de presión. Dice el presidente de la REPAM:
Por eso creo que es importante, ahora que vamos a tener la COP30 el próximo año, en la Amazonía, pues los gobiernos puedan tomar en serio con un compromiso vinculante las uniones que se tienen a nivel general. Lastimosamente, a veces también la voz de la Iglesia queda en el vacío porque no se toma en serio el actuar, el compromiso.
Sin embargo, aunque la voz de la Iglesia pueda llegar a caer en el vacío, eso no quiere decir que deba dejar de alzarla. Y no solo en el plano teológico o pastoral, como decíamos antes, sino que también debe resonar a través de distintas organizaciones eclesiales que incidan en el tejido social allí donde este más sangra. Continúa diciendo Rafael Cob:
El mundo no puede estar ciego a lo que realmente vemos. Hablando, precisamente, sobre las organizaciones solidarias, como Manos Unidas o Cáritas Internacional, son dos instituciones eclesiales con las que trabajamos conjuntamente para ver cómo responder a los desafíos que hoy tiene nuestro mundo y también nuestra Iglesia referente a la Casa Común e igualmente los derechos de los pobres que viven en esa situaciones extremadamente difíciles. Por eso creo que es importante también alimentar, como decía el papa, una educación en actitudes, pero también es importante la incidencia social, además de la incidencia política acerca de cómo nuestro mundo se ha vuelto más materialista.
La incidencia social y política, por tanto, puede contribuir a gestionar los grandes desafíos que tenemos por delante como especie y como planeta. De hecho, en el contexto del cambio climático se presenta como una ayuda excelente para la aceleración de las soluciones, no solo en lo que se refiere a las decisiones políticas, sino a la participación social de los migrantes climáticos como actores directos y no como meros espectadores. La doctora Vally Koubi y otros investigadores en diferentes universidades del mundo decían en 20203 que los migrantes que han enfrentado múltiples eventos climáticos severos tienen una mayor disposición a unirse a movimientos sociales en sus nuevas áreas urbanas, por lo que la migración inducida por el clima aumenta la participación en movimientos sociales. Por tanto, cuando los migrantes climáticos llegan a un nuevo entorno, deben disponer del espacio para participar; de otro modo, esas energías, ese potencial transformador se desperdiciaría lo mismo que un grifo que se deja abierto.
Además, desde la óptica de la ecología integral, todo ámbito de incidencia, denuncia y acción debe igualmente tener cabida para las dimensiones humanas en su totalidad, lo que incluye también la espiritual. Dice Rafael Cob:
Esa espiritualidad lleva a cuestionarnos, no solamente a contemplar, la realidad, sino que nos cuestionamos cómo podemos dar una respuesta desde los valores del Espíritu, que son los valores permanentes (la paz, la justicia, la verdad). Es importante que creemos una espiritualidad del sacrificio; educar en actitudes frente al consumismo.
Esa educación frente al consumismo tiene que ver no solo con separar los desperdicios del hogar o con reducir el consumo de agua, que también. Además de ello es imprescindible ayudar a entender desde muy jóvenes que las acciones tienen un impacto mayor que el círculo inmediato. Que el uso de la Inteligencia Artificial, por ejemplo, pueda perjudicar a un ecosistema lejano debido a sus exigentes sistemas de refrigeración; o que el desperdicio energético lleva a calentar el planeta y eso, a su vez, disminuye o aumenta las lluvias de manera desordenada. Que muchos sistemas de producción están ligados a la esclavitud moderna y que la población esclava contribuye al aumento del CO2 como si fuese un país en su conjunto4.
Ahora que hemos llegado a este punto, podemos regresar al comienzo del episodio y acordarnos de «La Gran Migración» que tiene lugar cada año entre Kenia y Tanzania y que involucra a casi dos millones de ungulados. La imponencia de ese espectáculo natural no debería hacernos perder de vista el hecho de que existen otras migraciones distintas. Aves, otros mamíferos, reptiles, peces... La tortuga laúd, por ejemplo, lleva a cabo una migración de unos tres mil quinientos kilómetros y no se encuentra entre los primeros animales que la gente respondería de forma rápida. Y tampoco debemos olvidar que las modificaciones del entorno afectan también a esos fenómenos de movilidad, como le sucede a una serpiente de cascabel estadounidense. Dado que su migración se ha vuelto más peligrosa por las altas temperaturas del desierto y la escasez de agua y alimentos, eso hace sospechar a los científicos que se está seleccionando la población digamos, más casera, la que menos instinto de migración tiene, dado que aquellas que emprenden el viaje hacia otro lugar terminan muriendo y no perpetúan la especie.
Con su debida distancia y sin eliminar un ápice del sufrimiento que provocan, podemos comparar estos distintos tipos de migración animal con los movimientos humanos, tenerlos presentes a su manera para no olvidar que hay factores invisibles que pueden estar sepultando la causa última del desplazamiento.
Los hielos polares se derriten y las empresas transnacionales ven nuevos recursos que explotar al mismo tiempo que el nivel del mar crece y sepulta islas enteras donde ya no es posible vivir. En ese contexto, es necesaria la presencia de una voz que no calle, de un dedo que señale hacia el problema último, de un corazón que aporte la esperanza de un mañana más acogedor para todo el mundo, no solo para unos pocos.
La teoría del caos habla sobre el famoso efecto mariposa, donde un pequeño desequilibrio en el sistema podría desencadenar acontecimientos impredecibles. Y, si eso es así, nos podemos preguntar, ¿qué cambios es posible provocar con mayores perturbaciones en el sistema? Si el batir de alas de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas, ¿qué no podría conseguir un grito multitudinario contra la injusticia en su conjunto y, en el caso que nos ocupa, contra la injusticia climática? No se llamaría efecto mariposa, eso seguro. Pero, sin duda, el ser humano es capaz de generar un efecto de mucho más calado.
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