Podcast.

Desde un ecumenismo real

T4E153.

 En medio de unas aguas eclesiales agitadas por noticias tan mediáticas como un convento de religiosas cismáticas, se corre el riesgo de perder de vista otras cuestiones de fondo, especialmente si forman parte de procesos en su mayoría construidos por medio de gestos sencillos o silenciosos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la restitución del título de Patriarca de Occidente por parte del papa Francisco, cuya implicación está relacionada con las relaciones Iglesia Católica-Iglesia Ortodoxa y con los esfuerzos encaminados a la unidad de los cristianos. Esa dinámica de acercamiento no es unidireccional, sino que el papa Francisco ha estrechado lazos con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I. En conversación con Vida Nueva, el primus inter pares ortodoxo expresa su punto de vista sobre el ecumenismo y otras muchas cuestiones.

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Portada del episodio t4e153 del pódcast de la revista VN.

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Sobre este episodio

 El episodio 153 del pódcast de la revista Vida Nueva dura , se titula Desde un ecumenismo real y trata sobre las religiosas cismáticas que se han separado de la Iglesia Católica y la entrevista en Vida Nueva a Bartolomé I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla.

¿Dificultades para escucharlo?

 No te quedes sin acceder a su contenido. Aquí tienes la transcripción del episodio 153.

 Los episodios del podcast son largos, así que también lo son sus transcripciones. Este texto te llevará varios minutos de lectura; tal vez quieras dejarte cerca un vaso de agua por si lo necesitas antes de llegar al final.

 Las redes sociales y los medios de comunicación están ardiendo con la información que circula de un lado a otro sobre las monjas que dicen haberse independizado de la Iglesia Católica. En el programa de Ana Rosa Quintana, decían que Bergoglio no podía excomulgarlas porque no era papa, ya que rechazan a cualquier pontífice posterior a Pío XII. Por otra parte, uno de los falsos curas que pertenece a la Pía Unión de San Pablo Apóstol, con quienes las religiosas dicen haberse vinculado, llamaba a la Iglesia Católica “la mayor secta del mundo” en una entrevista con la periodista Susana Griso.

Todo comenzó con la forja de los grandes anillos.

 Esas eran las primeras palabras de la película El Señor de los Anillos de 2003. Y, como en la historia de Tolkien, puede que parte de este embrollo también tenga algo que ver con la forja de los grandes anillos. No de anillos mágicos, sino de materiales comunes. En algún punto de la historia de la Iglesia, algunas personas decidieron que era apropiado rodearse de lujos, aunque ello les llevara a olvidarse de los sufrientes del mundo. Mucho oro se ha fundido a lo largo de los siglos para fabricar anillos y otros ornamentos que terminaron por dibujar una estética eclesial muy concreta, la que se detuvo en el tiempo (a veces llamada “Iglesia del barroco” o “Iglesia decimonónica”).

El Anillo Único de El Señor de los Anillos.

 Todos estos grupos cismáticos (algunos perfilados por Luis Santamaría del Rio en el pliego de Vida Nueva del número 3356), tienen en común que no consideran al papa Francisco como un pontífice válido. Sin embargo, en un momento u otro, muchas de las disputas terminan coincidiendo en el terreno económico, sobre todo como consecuencia de decisiones pontificias: La reducción de lujos y ornamentos innecesarios, la supresión de formas litúrgicas que ignoran el grito de los empobrecidos del mundo o, como en este caso de las monjas cismáticas de Belorado, la compraventa de un inmueble.

 Varios episodios atrás (en el número 147), recordábamos unas palabras de Francisco pronunciadas en 2018 que decían que el diablo entra por los bolsillos. Al examinar este caso con detenimiento, tal vez podamos encontrarle un sentido más exacto a esa afirmación del pontífice.

 Para ampliar la mirada sobre este asunto, tengamos en cuenta que la Iglesia Católica no es la única sumida en esta dinámica interna de “voy a fundarme una Iglesia nueva, que esta no me gusta”. En noviembre de 2010, un antiguo obispo de la Iglesia Ortodoxa Serbia, llamado Artemije (Артемија), reunió a un grupo de varios seguidores suyos y se personaron en varios monasterios con la intención de ocuparlos, quedárselos e independizarse de la Iglesia Ortodoxa Serbia. En aquella ocasión hubo uso de la fuerza y se produjo cierto desorden público. No obstante, al cabo de 20 horas, los monasterios fueron desalojados y la situación se resolvió.

 Aquellos disidentes terminaron en el exilio y, tal como se puede extraer de sus propios relatos actuales, siguen considerando que hicieron lo que debían hacer. Durante la ocupación, este obispo celebró la liturgia ortodoxa y en la homilía dijo lo siguiente:

He regresado a la diócesis para hacerme cargo de la administración como el obispo canónico para reestablecer el orden, la paz y la unidad.

 Según parece, no estaba en sintonía con el obispo que le había sucedido ni tampoco estaba de acuerdo con que le hubieran apartado de la diócesis. Estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de seguir al frente del episcopado de esa región.

Sacerdote ortodoxo esparciendo incienso.

 Realizando una comparativa entre la situación de las monjas cismáticas y estos disidentes ortodoxos, podemos ver que hay diferencias entre ambas informaciones, pero también muchos paralelismos. La Iglesia Católica está viendo aparecer durante los últimos años una plétora muy diversa de grupos que generan confusión y fomentan la división amparándose en una lectura interesada de la tradición católica. Es algo similar a lo que también ocurre en la Iglesia Ortodoxa, donde las tensiones internas se han ido recrudeciendo con el paso del tiempo debido a discusiones sobre anclarse a una tradición estática o a una lectura más aperturista de los tiempos actuales.

 En el caso de aquellos disidentes de la Iglesia Ortodoxa Serbia, al obispo cismático se le despojó en 2010 del episcopado y fue reducido a monje; más tarde, en 2015, fue excomulgado. Nada de esto le importó. Continuó en el exilio como si nada. Y sus seguidores también, porque, tras su fallecimiento en 2020, eligieron a un nuevo obispo.

 Pero, tal como decíamos, al final, en historias de este tipo, suele hacer acto de presencia, antes o después, la cuestión del peculio. En 2017, este exobispo fue acusado de malversación de capitales de la diócesis a la que pertenecía en la Iglesia Ortodoxa Serbia.

 El demonio entra por el bolsillo, decía el papa Francisco. Pero no solo por ahí. Sin movernos de la órbita de la Iglesia Ortodoxa, fijamos ahora la mirada en la rama rusa de la misma (IOA), la que está encabezada por Kirill.

 La IOA obtuvo la autocefalia en 1448 y, con el tiempo, fue creciendo en número y en territorios que formaban parte de su tradición. Esta expansión de la ortodoxia rusa se vio, por supuesto, afectada por las idas y venidas de gobernantes y de la caída y levantamiento de fronteras. Sin embargo, de manera tosca, podríamos decir que forjó un imperio ortodoxo ruso cuyas fronteras no siempre coincidían con la de los mapas políticos. Desde ahí, no resulta descabellado suponer que el apoyo del patriarca Kirill a la guerra en Ucrania y el hecho de que se haya referido a ella como Guerra Santa puede tener que ver no solo con la presión que el Estado ejerza a diferentes niveles sino también con el sueño de recuperar la hegemonía de la ortodoxia rusa y tener bajo su amparo muchos territorios que en el pasado no eran iglesias independientes.

 En líneas generales, la actitud del patriarca Kirill está removiendo el avispero de las iglesias ortodoxas de todo el mundo y forzando la unidad de los cristianos hasta límites poco sostenibles. En 2018, la IOA rompió relaciones con la de Constantinopla después de que esta última hubiera autorizado la existencia de una Iglesia Ucraniana independiente de la rusa. La eparquía de Lituania también ha solicitado desvincularse de Moscú. Y Letonia haría lo mismo si sus leyes se lo permitieran; en ese país, solo puede haber una denominación para cada religión; solo puede haber una Iglesia Católica, solo una Iglesia Ortodoxa, solo una Iglesia Luterana, etcétera.

 Sería interesante fijar la mirada en la posición en la que se ha enrocado el patriarcado de Moscú en relación a la guerra en Ucrania y que le ha llevado a justificar de mil maneras actos atroces contra la ciudadanía, hasta el punto del silenciamiento de cualquier voz que se opusiera a ello. Sin ir más lejos, hace unos días, el patriarca Kirill impuso una sanción a uno de sus sacerdotes por celebrar una misa ante la tumba de Alexei Navalny, un opositor de Vladimir Putin; este disidente había sido encarcelado en una prisión del Círculo Polar Ártico y, tras su fallecimiento, la familia del mismo denunció que había sido asesinado por orden directa del Kremlin.

 La vida de la rama ortodoxa del cristianismo, por lo que hemos visto hasta ahora, no es un remanso de paz. ¿Recuerdas al obispo ortodoxo que se coló en unos monasterios por la fuerza y acabó en el exilio y excomulgado? Decíamos que sus seguidores habían continuado como si nada; ahora se hacen llamar la diócesis de Raska-Prizen en el exilio. Cuando su Canciller Damián repasa aquellos acontecimientos de 2010, decía que Artemije (Артемија) había visto intensificada la pureza de su fe porque el Patriarca Ireneo de Serbia se había declarado ecumenista.

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 Para entender la importancia de la presencia de Bartolomé I en la portada de Vida Nueva, necesitamos un poco de contexto. Nos tenemos que remontar a 1863. Ese año, el Anuario Pontificio, un libro que recoge lo ocurrido durante los doce meses anteriores, en su página 39 se añadió un texto titulado “Jerarquía Católica ordenada según los estados de las diferentes partes del Mundo”. Comenzaba con Roma y se leía lo siguiente:

Roma, cuyo obispo es Vicario de Jesucristo, sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, arzobispo y metropolitano de la provincia romana, soberano de los dominios temporales de la Santísima Iglesia Católica.

Captura del Anuario Pontificio donde aparecen los títulos del papa.

 La parte que hoy nos ocupa es la de Patriarca de Occidente. El pontífice de aquella época era Pío IX y ese anuario se publicó pocos años antes de que diera comienzo el Concilio Vaticano I, en 1869. En aquel primer concilio celebrado en el Vaticano se buscó reforzar la figura del papa frente al galicanismo, una tendencia que restaba poder a la voz del obispo de Roma.

 Por tanto, hacer uso del título de Patriarca de Occidente en una época en la que estaba en cuestión la autoridad papal, probablemente tuviera más que ver con reforzar la posición dominante de la Sede Apostólica que con establecer vínculos con las Iglesias del Este.

 Desde entonces (y hasta 2006), la denominación había venido apareciendo cada año en el Anuario Pontificio. Sin embargo, en la edición de 2006, Benedicto XVI lo suprimió. Pero no como un gesto aleatorio. Hay que tomar en consideración que ese mismo año, 2006, el papa alemán tenía previsto viajar a Turquía y encontrarse con el patriarca Bartolomé. Eliminar un título que tenía que ver con la dominación podía ser entendido como un gesto de buena voluntad para el acercamiento con las iglesias ortodoxas. El propio Benedicto XVI, antes de iniciar el viaje, decía lo siguiente a los periodistas:

Aunque el Patriarca no tiene una jurisdicción como el Papa, es un punto de referencia para todo el mundo ortodoxo. Se trata de un encuentro con la Iglesia del apóstol Andrés, hermano de san Pedro, un encuentro de gran trascendencia entre las dos iglesias hermanas de Roma y Constantinopla; por eso es un momento muy importante en la búsqueda de la unidad de los cristianos. Es un acontecimiento de comunión, no sólo de relación entre esferas geográficas y culturales. Y este simbolismo le da también gran importancia para todo el camino ecuménico.

 El simbolismo es clave en este caso; la importancia que tienen los pequeños gestos. Y, desde esa óptica, podemos evaluar también el Anuario Pontificio de este año. Por si todavía no lo has adivinado, el título que ha hecho acto de presencia de nuevo es el de Patriarca de Occidente. El papa Francisco lo ha recuperado en la última edición. El Patriarca Bartolomé hacía una valoración en Vida Nueva sobre la recuperación de esta denominación papal:

Nos alegró ver que Francisco restauraba el título. Desde su elección y toma de posesión, el papa ha preferido utilizar la expresión Obispo de Roma por encima de cualquier otra nomenclatura. De hecho, desde nuestra peregrinación conjunta a Jerusalén, en 2014, Francisco también ha subrayado su función y responsabilidad como soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano. En otras palabras, siempre se esfuerza por demostrar la reducción de la autoridad global en favor de la reconciliación con la Iglesia ortodoxa.

 El Patriarca también dice que lo que más cuenta en nuestra época y en nuestro mundo va en esa línea de Francisco, la de curar las heridas y la división. En la entrevista con la revista, Bartolomé I no trata de disimular ni minimizar el estado de sus relación con el patriarca Kirill de Moscú:

Es cierto que nos ha entristecido la postura del patriarca Kirill sobre la injusta e injustificada invasión de una nación soberana por parte del Estado Ruso. Sin embargo, no nos ha sorprendido del todo esta posición sumisa y servil hacia un estado al que a menudo se acusa de autoritarismo y abuso, lo que se ha hecho cada vez más evidente en los últimos años y décadas [...] El hecho de que Kirill justifique sus decisiones y su conducta en círculos religiosos y laicos hace que su posición sea aún más inverosímil y despreciable. Como hemos subrayado en repetidas ocasiones, esta es una postura difícilmente aceptable por parte de un predicador del Evangelio y ministro de la Iglesia.

 Es importante subrayar un elemento a tener en cuenta a la hora de trabajar el ecumenismo. Miguel de la Torre1, profesor de una escuela metodista de teología (Iliff), plantea un aspecto que afecta a cualquier forma de ecumenismo, también desde la perspectiva católica. Dice lo siguiente:

El ecumenismo es difícil de alcanzar porque la Eurocristiandad domina el discurso, enmascarando por tanto su complicidad con la opresión. Aquellos del Sur Global que adopten al Jesús blanco de los colonizadores se convierten en cómplices de su propia opresión. Para que el ecumenismo ocurra, la decolonización de las mentes de aquellos en los márgenes debe tener lugar primero rechazando la eurocristiandad e interpretando su fe a través de sus propios símbolos indígenas [...] Para que los blancos se unan al discurso ecuménico deben primero crucificar su “blanquedad” y doblar la rodilla ante el Jesús de los oprimidos.

 Por tanto, la perspectiva de un ecumenismo eurocéntrico es una variable que no se puede despreciar. Lo cual no quiere decir que la Iglesia Católica parta de una hoja en blanco, ya que eso es algo que tiene mucho que ver con la inculturación que, de hecho, la Iglesia viene practicando hace siglos en los diferentes pueblos donde peregrina. Es más, esta misma semana leíamos la noticia sobre la misa aborigen australiana que acaba de ser aprobada los obispos del país. Una dinámica de inculturación, por cierto, que choca de frente con las aspiraciones de muchos grupos tradicionalistas al tratar de recuperar una versión europea y blanca de la Iglesia Católica.

 Muchas tendencias tradicionalistas que van en esa línea tienden a una catolicidad reductivista, de pequeño grupo aislado. Además, suelen reproducir eslóganes en los que se da protagonismo a la palabra “católica” o “católico”, tal vez olvidando el origen primero del término, la palabra katholikós (καθολικός) que se traduce como universal. En palabras del profesor de teología sistemática Christophe Chalamet2, este concepto de “lo católico” no necesariamente cancela la diferencia ni la pluralidad, al menos cuando se entiende desde la perspectiva de la universalidad, algo que también puede ser interpretado de manera distorsionada a partir de lo que se conoce como universalismo, que tiene que ver con englobar a la totalidad bajo el prisma de la hegemonía.

 En ese sentido, tanto para rebajar el discurso de la dominación como para construir puentes hacia el encuentro ecuménico, es importante saber reconocer cuándo la Iglesia Católica no ha sido ni la primera ni la mejor en hacer algo. Por obvio que parezca, no todo el mundo lo tiene tan claro. El propio patriarca Bartolomé lo menciona en la entrevista concedida a Vida Nueva:

Francisco siempre ha sido amable al reconocer la voz pionera de la Iglesia Ortodoxa en relación con el cuidado de la creación, incluso desde la época de nuestro difunto predecesor, el patriarca ecuménico Demetrio. De hecho, el papa también ha reconocido generosamente nuestra audacia a la hora de abordar el cambio climático, ya antes de que esta prioridad fuera políticamente correcta o estuviera socialmente de moda.

 Ahora, antes de terminar, vamos a tocar de pasada un tema que tiene que ver con las relaciones Católicos-Ortodoxos o que, al menos, en algún momento lo tendrá si realmente existe el diálogo mutuo.

 En 2016, el Patriarcado Ortodoxo de Alejandría aceptó a las mujeres al diaconado. Poco después, en 2017 fueron ordenadas cuatro mujeres como subdiáconos en la República Democrática del Congo. Recientemente, el arzobispo Serafim, de Zimbabue, ha ordenado como diaconisa a Angelic Molen. Es la primera mujer en varios siglos en recibir este título dentro del contexto de las Iglesias Católicas. La teóloga española Cristina Inogés Sanz compartía con Vida Nueva que le parecía algo providencial que esta ordenación haya llegado en medio del proceso sinodal y piensa que habría que dar pasos en ese sentido.

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citas:

1De La Torre, M.A. (2022), Is Ecumenism Even Possible in the Context of World Christianity?. Ecum. Rev 74, 58-68.

2Chalamet, C. (2022), Catholicity and Conciliarity as Challenges for Christian Churches Today. Ecum. Rev. 74, 32-44.

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Más episodios

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