Podcast.

Acompañar a los influencers

T4E149.

 El pasado doce de abril tuvo lugar un encuentro promovido por la delegación de Jóvenes de la Archidiócesis de Madrid. El evento reunió a un centenar de jóvenes del mundo de las redes sociales, los llamados ‘influencers’, y en él se abordó el tema de cómo evangelizar en el continente digital desde el encuentro, en oposición a determinados sectores eclesiales que representan a otro grupo característico de internet, los ‘haters’, personas que fomentan la crispación y el odio. Esta jornada se coloca en sintonía con el encuentro de influencers que tuvo lugar en la JMJ de Lisboa y que fue promovida por el Dicasterio para las Comunicaciones. Dada la complejidad del entorno de las redes sociales, no se puede dejar a los evangelizadores a su suerte. Se perfila como necesario un acompañamiento también en lo digital.

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Portada del episodio t4e149 del pódcast de la revista VN.

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Sobre este episodio

 El episodio 149 del pódcast de la revista Vida Nueva dura , se titula Acompañar a los influencers y trata sobre influencers católicos y un encuentro mantenido sobre evangelización digital en Madrid.

¿Dificultades para escucharlo?

 No te quedes sin acceder a su contenido. Aquí tienes la transcripción del episodio 149.

 Los episodios del podcast son largos, así que también lo son sus transcripciones. Este texto te llevará varios minutos de lectura; tal vez quieras dejarte cerca un vaso de agua por si lo necesitas antes de llegar al final.

 Este encuentro de evangelizadores digitales se convocó bajo el título #ashtagMadrid. Imagino que, a estas alturas, ya debes haberte familiarizado con la palabra inglesa hashtag, que en castellano se traduce como etiqueta y que durante las últimas décadas se ha ido incorporando a nuestro lenguaje cotidiano. En este caso, el encuentro jugaba con las letras de la palabra, eliminando la hache inicial para que esta fuese visualmente sustituida por el símbolo de la almohadilla. La primera cuestión de hoy surge, precisamente, de ahí. Vamos con un poco de contexto y ahora regresamos a ello.

 En mayo de 2023, el Dicasterio para las Comunicaciones publicó un documento titulado hacia una plena presencia y en él reflexionaba pastoralmente sobre la interacción en las Redes Sociales digitales. Su punto número doce recordaba que existe una brecha digital, no solo entre generaciones, sino también entre personas de una misma generación y que, además, esta brecha se estaba ensanchando cada vez más. El Dicasterio nos decía que las plataformas que habían prometido crear comunidad y conectar a más personas, en realidad habían acentuado distintas formas de división.

 Tomando esa brecha digital en consideración, esta puede ser analizada desde múltiples perspectivas: el acceso a las plataformas según la edad, según el acomodo económico, según la intencionalidad, etcétera. La variabilidad es equiparable a cualquier otra interacción humana. Teniendo esto claro, el siguiente paso del análisis nos lleva al tema de la comunicación en sí misma, de los códigos específicos que se ponen en marcha según el ambiente en el que la persona se relaciona. En un club de moteros, se utiliza una jerga específica; en uno de lectura, otra; en el antiguo Twitter, otra; en TikTok, otra. Y así una y otra vez.

 Quienes hemos nacido en mitad de este tránsito digital que nos ha arrollado en las últimas décadas, nos hemos adaptado de un modo u otro a esos lenguajes. Otras personas de generaciones anteriores se han limitado a cambiar de espacio, no de lenguaje. Y las generaciones posteriores directamente han creado nuevas formas de hablar y de transmitir la información. ¿Cómo se combina todo ello de un modo lo más sano posible? A nivel personal no lo sé, habida cuenta de lo que mencionaba el documento del Dicasterio para la Comunicación, que se han acentuado distintas formas de división. No obstante, quizás pase porque los mayores no exijan un respeto basado solo en criterios de edad y que los jóvenes no piensen que el mundo les pertenece en exclusiva.

 Ahora, regresando al encuentro de evangelizadores digitales y fijándonos en el título elegido, podemos preguntarnos si acaso ha cumplido esa función de disminución de brecha o, por el contrario, ha favorecido divisiones de algún tipo. ¿Por qué me parece lícita esta pregunta? Por lo que te decía de las formas de hablar. Las generaciones más actuales han crecido en entornos de una asimilación cultural muy desproporcionada y agresiva, de manera que han incorporado a sus actos y su lenguaje lo que hace unos años habríamos descrito como extranjerismos. Eso tiene que ver también con el idioma, donde nos encontramos con una palabra inglesa cada pocas pronunciadas en español. Date cuenta de que, si eliminas la hache inicial de la palabra hashtag te queda ash tag, que se puede traducir como etiqueta ceniza o etiqueta de la ceniza. Sin un código de comunicación común y previamente establecido, esto puede dar lugar a interpretaciones diversas según la persona y, por tanto, desembocar en malentendidos. Por ejemplo, dado que seguimos en el tiempo litúrgico de Pascua, la referencia a la ceniza se percibiría como algo ajeno, como fuera de lugar.

 Saliendo ahora del título y adentrándonos en el encuentro de evangelizadores digitales propiamente dicho, este se celebró en el espacio O_Lumen que los Dominicos tienen en Madrid dedicado a las artes y la palabra. Allí se dieron cita alrededor de cien jóvenes que, de un modo u otro, han sentido una llamada a hablar de su fe en las redes sociales digitales. Estos participantes contaron también con la presencia del cardenal arzobispo de Madrid José Cobo y de Lucio Ruiz, el actual secretario del Dicasterio para la Comunicación.

 La idea principal del encuentro podría resumirse en el impulso del encuentro frente a la polaridad y la división actuales. Fue expresado de muchas maneras distintas. El cardenal Cobo se refería a ello incidiendo en tomar conciencia de la misión, como hecho general, y no de mí misión, como algo individual.

Yo creo que estamos en un momento misionero crucial y yo creo que vosotros, espero que seais misioneros. Eso es lo que espero. Y que nos demos cuenta del tiempo que vivimos. Que es un tiempo de primera misión en todo el continente digital, aunque nos digan que esto está muy hecho. No, no, no. No está muy hecho. Y que seamos misioneros que sabemos de dónde venimos y que sabemos que lo prioritario es la misión, no mi misión.

 Lo prioritario es la Misión. Una vez que eso se tiene claro, quizás lo complicado sea averiguar cuál es esa misión conjunta, en qué consiste. ¿Es hablar de Cristo? ¿Convertir a la gente alejada y expandir el tamaño de la Iglesia? ¿Combatir las desviaciones del mundo actual que limitan el potencial humano? ¿Todo ello a la vez? ¿Nada de lo anterior? Cualquiera que sea la respuesta, esta ha de tener en cuenta las particularidades concretas del medio en el que ha de desarrollarse la Misión, es decir el planeta digital. Solemos hablar de continente digital, pero dado su tamaño actual y el que se espera en el futuro, vamos a tener que ir cambiando las magnitudes.

 Por nombrar algunas de las especificidades del plano digital, quizás podemos recurrir a una estadística que publicaba la agencia Mindshare en 20191. En aquel momento, sus números indicaban que el 32% de la generación millenial seguía a perfiles de Instagram o Twitter que sabían que eran falsos. Y que más o menos la misma cantidad compartía algo en los medios sociales si estaban de acuerdo con ello, aunque supieran que era falso. Más cerca en el tiempo, para este mismo 2024 obtenían que el 38% de la población está de acuerdo con que todo lo que hay en Instagram es falso de un modo u otro.

 Esta soltura para relacionarse con lo falso sin ningún tipo de dilema moral forma parte de las entrañas del universo digital, hasta tal punto de que se dota a lo falso de entidad con sus detalles propios y únicos, de manera que lo falso adquiere cierta consideración de verdadero, porque existe y se puede replicar. Una especie de paradoja que también funciona a la inversa. Cuando un ser humano es "demasiado humano" se le adscriben etiquetas de falsedad y teatralidad que pueden no corresponderse con la realidad objetiva, de manera que a lo real se le señala como falso.

 La evangelización digital no puede ignorar lo anterior, como tampoco algo que se deriva de ello. En la página web VirtualHumans.org puedes consultar una lista de influencers virtuales, es decir, de personalidades públicas que, en realidad, no existen. De un modo u otro, son creaciones artificiales y, sin embargo, alcanzan una notoriedad de alcance global. Por ejemplo, nos encontramos con Miquela Sousa, que aparece en fotografías generadas mediante Inteligencia Artificial y tiene más de 2.7 millones de seguidores en Instagram. Estas personalidades, aunque sean virtuales, son capaces de generar polémicas muy reales. En el caso de Miquela Sousa, por ejemplo, el personaje apareció besando a una mujer humana de carne y hueso y desató una avalancha de comentarios cruzados que le llevaron a perder cientos de miles de seguidores.

 En esta vasta mies de unos y ceros, es más que lícito preguntarse cómo lograr una presencia real donde prima lo falso, donde se va a dar por hecho que el mensaje de Salvación es una más de las millones de mentiras que circulan de un lado a otro. Lucio Ruiz, el secretario del Dicasterio para la Comunicación, decía a los participantes del encuentro de evangelizadores digitales lo siguiente:

Cada vez va a ser más importante lo que hacéis los comunicadores digitales. Cada vez hay más gente interesada por el Señor y no va a llamar a nuestro teléfono de la parroquia ni va a mirar los tablones parroquiales; la gente busca en el mundo digital, al Señor y todo lo demás.

 Entre los diferentes perfiles públicos que allí había, se encontraban la cantautora Paola Pablo, el padre Joaquín, Paula Vega o Carlos Taracena. Otras figuras, por su parte, participaron a través de una pantalla, como la religiosa Xiskya Valladares, el cantautor Pablo Martínez o el presbítero Heriberto García.

 Lo cierto es que encuentros de este tipo permiten abordar temas que trascienden la evangelización, aunque estén relacionados con ella. Por ejemplo, una de las asunciones más típicas es que el mundo de los influencer es un coto exclusivamente joven. Y, de hecho, es posible que la Iglesia de los próximos años cometa más de un error al dar por hecho que así es, que la vivencia digital es algo que pertenece a las generaciones más jóvenes. Sin embargo, es un hecho comprobado que la población se segmenta y que las diferentes plataformas existentes son preferidas por un tipo de público mayoritario. A la hora de abordar el tema de la evangelización digital, no se nos puede pasar por alto lo que decía hace un rato, lo de la especificidad del lenguaje y de los códigos de comunicación. Igual de artificial es ver a una persona mayor tratando de pasar por joven como de alguien de corta edad queriendo transmitir una sabiduría que solo proporciona la experiencia de vida.

 Parece evidente que de aquí a no demasiado tiempo se van a multiplicar las jornadas de influenciadores católicos en diferentes países del mundo, siguiendo la estela del festival de influencers de la JMJ de Lisboa. En mi opinión, sería un error limitar su alcance a los jóvenes. Se necesita incorporar la voz de quienes no han nacido con un botón en el dedo porque también participan de los espacios digitales y necesitarán a alguien que les hable en términos que puedan comprender y asimilar con facilidad.

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 Todo esto tiene mucha relación con unas palabras pronunciadas por el cardenal Cobo en el espacio O_Lumen.

Para definir un evangelizador digital hay que definir también el mundo con el que se relaciona [...] Los cristianos, antes que nada, tenemos una realidad que hay que escuchar porque la Voz de Dios es una llamada. Una vez que escuchamos la llamada, tengo que responder eclesialmente, como evangelizador.

 Y esto nos da pie a la siguiente reflexión, porque nos coloca en una toma de conciencia a tres bandas. Por una parte, el conocimiento del ámbito digital concreto en el que se quiere estar presente. De otro lado, esa llamada a la evangelización que, a su vez, tiene que ver con lo que comentábamos antes sobre la misión y no mí misión. En tercer lugar, vemos otro aspecto que queda por definir, el de influencer en sí mismo. ¿Qué es un influencer en el contexto católico? ¿Es equivalente al influencer de fuera de la Iglesia? ¿En qué nos fijamos para ello?

 En los últimos años, venimos escuchando cada vez con más frecuencia acerca del clericalismo y de todo el daño que de manera silenciosa ha ido haciendo sobre la estructura eclesial con el paso de los siglos. En algunos contextos puede que incluso nos hayamos pasado apretando la tuerca y hayamos señalado como clericalismo algunos hechos que tenían más que ver con la personalidad individual de algunas personas. O, al contrario, que porque una figura conocida nos resultase amigable hubiésemos pasado por alto circunstancias de lo más tóxicas.

 Una de las manifestaciones concretas de ello la encontramos en la obsesión por los números que, en ocasiones, ha reducido al Pueblo de Dios a un mero conteo poblacional. Si los bancos estaban llenos, la Iglesia iba bien. Si estaban vacíos, la Iglesia era un desastre. En el caso de la influencia digital, ¿le estamos lavando la cara a la misma actitud? ¿Premiamos como buen modelo de Iglesia a quien se limita a cosechar números, cuanto más grandes mejor?

 La naturaleza humana es social y tanto en lo digital como en lo analógico existe una tendencia a agruparse. Si pasas por un lugar donde un montón de gente está asomada a la valla, es probable que tú también te asomes a mirar, no sea que te estés perdiendo algo. Pero hay que tener en cuenta que el mundo de las redes sociales está plagado de robots automatizados y de cuentas falsas cuyo único propósito es el de atraer más y más números. Fíjate que, en 2022, el mundo influencer movió casi dieciseis mil millones y medio de dólares. Son cifras descomunales. Pero, ¿es así como funciona o debe funcionar el mundo de la influencia católica? En el tiempo que nos queda por delante como Iglesia, será importante discernir de manera adecuada sobre esta cuestión para que el miedo al banco vacío no se transforme en el miedo a los cero seguidores o el miedo al dislike.

 Si damos una mirada más científica al asunto, nos damos cuenta de que esto necesita de discernimiento incluso más allá de los límites de la Iglesia. Hay estudios que indican que los influencers de números altos tienen un mayor impacto social y, sin embargo, otros estudios han encontrado el efecto opuesto, que los influenciadores más pequeños generan interacciones más valiosas por su estrecha relación con los seguidores. Hasta hay investigadores que hablan de un efecto mixto o que no han encontrado ninguna diferencia2.

 Para ayudar en el proceso de reflexión, puede ser útil rescatar un concepto que también procede del ámbito académico pero que tiene su origen a pie de calle. Se trata del Word of Mouth, en inglés. El famoso boca a boca o boca a oreja. Ya hemos visto en la Iglesia que muchas conversiones masivas o predicaciones a golpe de emoción han terminado por desinflarse con el tiempo y no han generado una transformación real, ni en las personas ni en el mundo. En las redes sociales, ese mismo efecto tiene su relación con el Word of Mouth, que se abrevia con el acrónimo WOM. Samantha Kay y otros3, de una universidad australiana, publicaban en 2020 acerca de que unos números más discretos en las redes sociales llevaban a mejores resultados en influencia. Decían así:

Este estudio demuestra que menos es más; esto es que los microinfluencers pueden ser más efectivos que sus contrapartes de mayor envergadura en influenciar a las intenciones y el comportamiento de los consumidores [...] Los resultados muestran que los consumidores conocen mucho mejor el producto cuando se exponen a los microinfluencers [...] Los resultados también demuestran que enseñar abiertamente el patrocinio lleva a incrementar los niveles de intención de compra.

 Por supuesto, estos estudios tienen relación con la influencia más clásica en términos de compra y venta de productos. Sin embargo, me parece que tienen cierta correlación con el mundo de la influencia católica a través de internet. Cuando alguien regrese a su hogar después de haber participado en encuentros similares al que venimos comentando hoy, probablemente no debería quedarse con la aspiración de ver crecer los números de sus redes sociales, sino de que sus interacciones tuvieran una mayor tasa de conversión, una mayor capacidad de llegar a los corazones de la gente si lo prefieres así. Nadie debería sentir miedo del menos es más.

 En un sentido similar, Paola Pablo le decía esto a Vida Nueva:

La evangelización es hacer al otro partícipe de lo que tú estás viviendo, con la alegría que eso te produce. Aquí también entra la madurez de cada persona. No entrar en un terreno en el que quieras manipular la libertad del otro. Cada uno tiene su camino que hacer y es importante respetar ese proceso, la cercanía que va adquiriendo el Espíritu en cada persona.

 El respeto de los procesos que decía Paola Pablo suele ser poco compatible con el miedo de quedarse atrás, de tener que avanzar a marchas forzadas y seguir el ritmo de una masa que no suele utilizar el pensamiento crítico. En este sentido, podemos rescatar esto que decía John Killinger, un profesor evangélico de homilética.

De algún modo, el mundo se ha vuelto Villamedios. Vivimos con la televisión, los aparatos de radio y grabación, ordenadores, proyectores, sintetizadores, impresoras, fotocopiadoras… Toda invención mecánica imaginable del propio yo. Más que cualquier cosa, han cambiado el tiempo en el que vivimos.

 Es curioso que dijera esto en 1975, porque sigue siendo del todo actual. Solo ha cambiado el espacio en el que toda esa vida se lleva a cabo. Ahora se llama internet. Es más, en esa misma línea de que se vive un cambio de paradigma, hay un libro de 1994 que venía a decir más o menos lo mismo. También del ámbito protestante. Michael Rogness escribió la obra Evangelizar a una generación de la televisión, haciendo mención a cómo dirigir el mensaje de Jesús a quienes habían crecido delante de la pantalla del televisor. Decía esto, literalmente:

Vivimos en una radicalmente nueva era de la comunicación, que tiene un profundo y permanente impacto en cómo la gente escucha [...] Richard A. Jensen, un veterano predicador luterano, la llama la era post-literada, donde la comunicación electrónica ha reemplazado a la cultura de la lectura y requiere un giro radical en el modo en que predicamos. No darse cuenta de este gigantesco cambio nos condena a una predicación ineficiente.

 Mismo problema en diferentes épocas.

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citas:

1Mindshare Trends 2019.

2Wenting Li, Fang Zhao, Ji Min Lee, Jiwoon Park, Felix Septianto, Yuri Seo (2024) How micro- (vs. mega-) influencers generate word of mouth in the digital economy age: The moderating role of mindset. Journal of Business Research, Volume 171, 114387.

3Kay, S., Mulcahy, R., & Parkinson, J. (2020). When less is more: the impact of macro and micro social media influencers’ disclosure. Journal of Marketing Management, 36(3–4), 248–278.

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Más episodios

 Si quieres escuchar otros episodios de la temporada 4 de este pódcast, puedes pinchar en este enlace. No encontrarás carnaza, burla fácil ni elementos que fuercen la división y el enfrentamiento. En su lugar, tienes a tu disposición un espacio sosegado de razonamiento accesible a personas de diferentes niveles culturales y sociales. De otro modo, ¿cómo sería posible el diálogo?