Podcast.

Procesiones de primer anuncio

T4E145.

 Llega el tiempo de sacar la Pasión de Jesús a las calles, de compartir en público el dolor de quien recorrió el camino hasta el Gólgota, de rememorar la fragilidad de un Dios hecho carne. Con la llegada de la Semana Santa, las localidades de buena parte de España y de otros lugares del mundo se pintan de diferentes colores a medida que las cofradías procesionan con sus imágenes a cuestas. Ello despierta una pasión popular que, durante los últimos años, se traduce en una tendencia al alza en lo que se refiere a participantes de esta celebración religiosa. En primer lugar, se plantea la paradoja de que, mientras los templos se vacían de gente, las cofradías se llenan de fieles. Por otro lado, la juventud aparece como el motor de relevo generacional que resulta ser en otros ámbitos. Surge, no obstante, la pregunta acerca de la continuidad y el arraigo de la devoción. ¿Se trata, acaso, de vocaciones que funcionan a golpe de emoción?

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Portada del episodio t4e145 del pódcast de la revista VN.

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Sobre este episodio

 El episodio 145 del pódcast de la revista Vida Nueva dura , se titula Procesiones de primer anuncio y trata sobre el aumento de gente joven en las diferentes cofradías de España en contraste con el descenso de esas mismas generaciones en los templos.

¿Dificultades para escucharlo?

 No te quedes sin acceder a su contenido. Aquí tienes la transcripción del episodio 145.

 Los episodios del podcast son largos, así que también lo son sus transcripciones. Este texto te llevará varios minutos de lectura; tal vez quieras dejarte cerca un vaso de agua por si lo necesitas antes de llegar al final.

 Con la llegada de la Semana Santa, las localidades de buena parte de España y de otros lugares del mundo se pintan de diferentes colores a medida que las cofradías procesionan con sus imágenes a cuestas. En otros episodios y números de la revista ya hemos hablado sobre esto desde distintos puntos de vista; por ejemplo, valorando su implicación más allá del tiempo fuerte de la Semana Santa o, también, de la inclusión de las mujeres en un mundo que ha sido tradicionalmente masculino.

 Precisamente es a la luz de esa tradición que podemos comprender mejor los avances y la evolución de un mundo, el de la Semana Santa, que no se queda quieto, aunque muchos medios generalistas lleguen a presentarlo como un elemento estático e inamovible de nuestra sociedad.

 A día de hoy sigue habiendo un flujo muy vivo de agrupaciones. Sirva como ejemplo la Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario y Nuestra Señora de la Amargura, de Plasencia, que procesionará por primera vez en este 2024. Tal como leemos en las páginas de Vida Nueva, tenemos otros muchos ejemplos de cofradías jóvenes, como la Hermandad Sacramental Santísimo Cristo de las Tres Caídas, Nuestra Señora de la Esperanza de Madrid y San Juan Evangelista. Esta hermandad madrileña nació en septiembre de 2017 inspirada en la de La Esperanza de Triana, en Sevilla. Algunos de sus fundadores tenían orígenes en aquella tierra y soñaban con poder procesionar al Cristo de las Tres Caídas.

 Sin embargo, ese anhelo no basta por sí mismo. Para que la savia cofrade fluya de un lugar a otro se necesita algo más. El hermano mayor de las Tres Caídas de Madrid, cuenta el origen de la hermandad a Vida Nueva de este modo:

Un grupo de amigos que estaban muy metidos dentro del mundo de las hermandades y que querían traer a Madrid una devoción que tenían en común y que no estaba presente en la capital, como es la Esperanza de Triana [...] La advocación de la Esperanza faltaba en Madrid y siempre nos ha llamado [...] Aunque podríamos haber montado un Resucitado, una Última Cena o tantas escenas del Evangelio, nuestra vocación siempre ha sido la de la Esperanza y nos ha gustado cómo hacen las cosas en esta hermandad de Triana [...] Ahora bien, siempre hemos desarrollado la hermandad con las formas de Madrid y nunca hemos pretendido ser lo que no somos: nosotros somos la Esperanza de Madrid y luego está la de Triana.

 En esta última parte de lo dicho por el hermano mayor de la cofradía hay una clave para no perder de vista. No pretender ser lo que no se es.

 Después de que esta idea se pusiera en marcha, se inició también un proceso acompañado por el obispo para ver qué era lo específico que querían proponer y habría que dejar también por escrito en los estatutos.

 Tal vez, leído rápidamente, se puede pasar por alto la importancia capital de centrarse en lo específico de una hermandad. Sin embargo, vamos a ver un ejemplo de que esto no es algo trivial. Para ello, vamos a viajar en el tiempo. Hasta el siglo quince, en concreto.

 Catalá Sanz y Pérez García, de la Universidad de Valencia, de la Valencia de España, publicaron hace un par de años un artículo1 sobre la relación entre la pena de muerte y una cofradía, la de los Inocentes y Desamparados. Esta cofradía nació en el año 1414 y, en su momento, debió hacerse esa misma pregunta acerca de la especificidad de su existencia. ¿Qué era lo concreto que querían aportar? Los autores valencianos dicen lo siguiente:

La Cofradía de Inocentes y Desamparados, constituye el reflejo valenciano de la nueva sensibilidad con la que la Iglesia, estimulada por las órdenes mendicantes, había comenzado a contemplar en el siglo XIV la horrible muerte de los ejecutados. Hasta entonces, su suerte había preocupado muy poco. Privado de cualquier tipo de confortación espiritual y de los sacramentos, el condenado subía al cadalso entre gritos, insultos y golpes, y moría a manos del verdugo experimentando una agonía en ocasiones insuperable. Su cuerpo ni siquiera recibía sepultura eclesiástica. O bien se pudría colgado en la horca (provocando no pocas veces las quejas del vecindario y de los transeúntes) o se inhumaba al pie del patíbulo, o bien quedaba expuesto en un espacio específico, visible y hasta visitable, pero alejado del núcleo de habitación.

 Los condenados a muerte no importaban a la mayoría de la sociedad de aquel entonces. Morían y sus restos quedaban o abandonados o expuestos, cayendo los huesos al suelo a medida que se desprendían del cuerpo. Pero una sensibilidad distinta había estado diseminándose y comenzó a mirarse a aquellas personas de otro modo. La cofradía se organizó de tal modo que asistía a los reos antes de la ejecución y, más tarde, recogía los restos que hubieran quedado para darles sepultura.

 El día de la festividad de San Matías (hoy día el 14 de mayo), este grupo realizaba su procesión. Sin embargo, hacían algo más. La semana anterior, la cofradía se reunía y se acercaba al lugar de las ejecuciones para calcular los gastos que iban a necesitar cubrir. Los investigadores de la Universidad de Valencia especifican sus tareas de este modo:

Limpieza de hierbas e inmundicias del cercado, reparación de los desagües y, sobre todo, número de sudarios y mortajas individuales necesarios para recoger los huesos y demás despojos de los ajusticiados que hubieran caído al suelo como resultado de la descomposición de los cuerpos allí expuestos. En palabras de aquella época: para honrar y reverenciar los cuerpos de los pobres inocentes y de los desamparados, negados y sentenciados, por razón de los cuales esta cofradía se fundó en caridad y servicio de Nuestro Señor Dios y de la gloriosísima Virgen María, su madre.

 Este ejemplo nos permite entender el contexto de lo importante que resulta para una cofradía encontrar lo específico de su existencia, aquello que aporta no solo en el plano de la belleza estética (por la imaginería que saca en procesión) sino también en el plano social, esa otra cara que muchos medios de comunicación dejan de lado cuando informan sobre la Semana Santa.

 Catalá Sanz y Pérez García terminaban su texto precisamente en esa línea, la de poner en positivo lo que la acción de la cofradía trajo a la sociedad en su conjunto. Algo que, cuando lo perdemos de vista, minimiza o invisibiliza la labor silenciosa de las hermandades actuales más allá del tiempo de la Semana Santa. Sobre la cofradía de Inocentes y Desamparados de Valencia, estos autores decían lo siguiente:

Las atribuciones de sus estatutos le permitieron cumplir un papel de protagonista dentro de un notabilísimo proceso de aculturación y cambio de mentalidad: la aceptación colectiva de la pena de muerte como sanción aceptable y aceptada para los peores crímenes y los más peligrosos delincuentes. Gracias a los peculiares ritos piadosos de Inocentes y Desamparados, los reos de muerte no se enfrentaban a su terrible trance en absoluta soledad, sometidos a las prácticas de aniquilación que regían en buena parte de Europa. Su reconciliación con la comunidad, el perdón cristiano, se iniciaba la noche anterior a su muerte y culminaba, meses después de la misma, con el sepelio eclesiástico de sus despojos el día de San Matías.

 Cuando la sociedad aceptó la pena de muerte como castigo aceptable, la Iglesia, en la forma concreta de las cofradías, contribuyó con gestos de misericordia a sembrar otras semillas de humanidad.

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 Regresando al tiempo actual, decíamos al comienzo que existe una gran cantidad de vida que fluye alrededor del mundo de cofradías y hermandades. De hecho, se trata de un ámbito eclesial en el que la tendencia va incluso en una dinámica inversa. Sus filas no solo no se vacían de gente joven, sino que, al contrario, aumentan en número. Vida Nueva concreta esto en el testimonio de Jimena Román, una joven madrileña de 20 años que inicia su andadura como cofrade en la Hermandad penitencial del Santísimo Cristo del Camino y María Madre de las Delicias.

 Su historia, como la de otra tanta gente a lo largo de la historia, no surge de planes elaborados en despachos, sino del encuentro de tú a tú. Ella la cuenta así:

Fue un primo mío, que ha estudiado Teología y que ya había sacado el paso otros años, quien me animó a entrar en el mundo de las hermandades y a acercarme a la parroquia a entablar conversación.

 Ese primer deseo pasa, tarde o temprano, por incorporarse a la estructura eclesial por medio de una parroquia. En este punto, nos topamos con una posible barrera de acceso en caso de que la parroquia en cuestión o la hermandad no hayan incorporado todavía aspectos tan trabajados en este pontificado como la presencia activa de las mujeres o la sinodalidad. Podría ocurrir que aquel deseo primigenio rebotase contra una puerta cerrada. Marisa Palomares, en el libro titulado “Mujeres y hermandades, la feminización del mundo cofrade”2, decía lo siguiente como hermana mayor de la hermandad de la Santa Vera Cruz de Jerez de la Frontera:

Una vez leí en una revista cofrade una entrevista a Nuria Barrera, una pintora sevillana, en ese momento ella decía: “la Semana Santa es muy de hombres”. Yo estoy de acuerdo con esa afirmación; en el mundo cofrade el 80% son hombres y yo he podido comprobar que es así. Como anécdota puedo contar lo que le sucedió a la primera mujer elegida hermana mayor en Jerez, Eva Castañeda. Ella me contó que la primera vez que fue a un pleno de hermanos mayores oyó cómo un hermano mayor comentó: “Ojo, ahora tenemos que tener cuidado con lo que se habla aquí, tenemos una mujer”.

 Frases que van escuchándose cada vez menos pero que, de tanto en tanto, siguen apareciendo aquí o allá. Son los ecos de una historia que a veces se resiste a ser modificada. Sin ir más lejos, también en el mismo Jerez de la Frontera, se conservan documentos de la Hermandad y Cofradía de Santa María de los Remedios, que fue fundada en 1517, donde se indica que los hombres debían pagar un real de cuota de entrada y doce maravedís como cuota anual, mientras que mujeres y niños debían pagar medio real para ingresar y solo cuatro maravedís al año. ¿Por qué? Pues porque tenían menos derechos y obligaciones que los varones adultos. Los tiempos cambian y, por fortuna, algunas actitudes también lo hacen, aunque no siempre a la velocidad que se necesita.

 Por tanto, regresando al testimonio de Jimena Román en Vida Nueva, podríamos preguntarnos por lo que sucedió después de manifestar su deseo de incorporarse a la cofradía, siendo mujer joven. Ella dice:

Desde el primer momento me sentí superbien acogida.

 Descubrió de primera mano que la rigidez achacada al mundo de la Semana Santa desde algunos ámbitos no es tan grande como podría pensarse al leer o escuchar ciertas noticias. Las cofradías evolucionan y cambian en el tiempo. Al menos, en aquello que no es nuclear. Hay aspectos, como la propia devoción de la congregación, que permanecerá inmutable con el paso de los siglos, esos elementos que aglutinan a personas de orígenes tan dispares alrededor de un mismo amor y una misma fe.

 Jimena Román sigue diciendo a la revista:

La hermandad son los 365 al año y la cofradía es en el momento que sale a la calle a hacer demostración pública de fe [...] Las hermandades tienen mucho futuro porque se van renovando cada vez con más jóvenes. Sobre todo, lo mejor que tienen es esa semilla que está en los niños.

 Un futuro que debe poder articularse con el pasado, especialmente en el caso de aquellas cofradías con cientos de años de historia a sus espaldas. Porque, igual que contábamos antes sobre las Tres Caídas de Madrid que se inspiraba en la cofradía originaria de Triana, en Sevilla, lo mismo sucedió durante la época colonial en la que España se expandió por el continente americano.

 Habría personas que añorarían las expresiones populares de piedad y contribuirían a fundar hermandades al otro lado del océano atlántico. ¿Recuerdas que antes habíamos hablado sobre la cofradía medieval valenciana que había ayudado a diseminar otro punto de vista sobre los condenados a muerte? Pues en la historia americana3 también nos encontramos con cofradías que tuvieron un impacto sobre la historia de los lugares donde se localizaban. Veamos un ejemplo de ello.

 La Congregación de San Pedro, de México, fue establecida en 1577 y su propósito principal fue doble; de un lado, promover el culto a San Pedro entre el clero y, por otra parte, ofrecer ayuda cristiana, tanto material como espiritual, a todos los clérigos; por ejemplo acogiendo a clérigos viajeros, manteniendo económicamente a los clérigos pobres o ayudando al clero que tuviera problemas legales.

 Cuando decíamos que las congregaciones más antiguas deben saber articular el pasado con el presente, me refería a casos como este. Se trataba de una cofradía formada sobre todo por miembros del clero. estaban abiertos a la participación de seglares, pero no de cualquier seglar, sino a gente con mucho poder e influencia, como el Virrey Suárez de Mendoza. Tanto es así, que pertenecer a la cofradía se veía como un símbolo de estatus social.

 Lo anterior llevó a situaciones que son contrarias al propio Evangelio. Hace 390 años, la congregación de San Pedro no quiso mezclarse durante las procesiones con la Cofradía de la Santísima Trinidad porque, al tener unos orígenes más humildes, les consideraban de menor rango. O también es interesante mencionar el caso de María Ortiz, una mujer que solicitó el ingreso en la cofradía y se ofreció a pagar una cuota de 500 pesos (los clérigos solo pagaban 20). Ella quiso entrar en 1678 pagando hasta 500 pesos y donando además un altar valorado en otros 500. Al final, le denegaron la entrada porque era partera y dijeron de ella que tenía una ocupación indecente que no encajaba con una comunidad de gente letrada sin profesiones degradantes.

 En casos como este de la congregación de San Pedro en México, surge una pregunta: Si la institución sobrevive el tiempo suficiente, ¿es posible redimirse de las conductas puestas en práctica por quienes nos precedieron? ¿Cómo? ¿Cuánto tiempo se necesita? ¿Qué gestos concretos deshacen los entuertos del pasado?

 Estas preguntas entroncan directamente con la entrevista de José Arjona en Vida Nueva. Arjona es delegado de iniciación cristiana en la diócesis de Asidonia-Jerez y ha publicado con PPC el libro Alma Cofrade, donde propone un itinerario de formación para cofrades. Dice:

Es un itinerario de fe, en clave de formación cristiana, con dos puntos centrales: la Palabra de Dios, que se capilariza en los distintos pasos, y la oración y el compromiso, esto es, saber orar con las imágenes que el cofrade tiene en su hermandad [...] Uno de los vacíos que hay en las hermandades y cofradías es una formación sistemática. No charlas esporádicas, que también son necesarias. Se trata de ahondar con una programación en una formación teológica y espiritual, con una catequesis progresiva y permanente. Cualquier cofrade, pero especialmente un hermano mayor y su junta de gobierno, tienen que estar formados para llevar adelante su misión.

 Esta necesaria formación podría poner remedio a dos hechos. Por un lado, saber más significa tener un horizonte más amplio y, por tanto, conocer en detalle los reajustes que pueden ser necesarios para liberarse (o redimirse) de los errores del pasado. Por otra parte, una formación integral más generalizada actúa como escudo frente a “la Sociedad de la Dopamina”.

 A día de hoy, el mundo funciona a golpe de impulso emocional. La dopamina es un neurotransmisor que hace su función en el cerebro y retroalimenta conductas; si algo te gusta, tu cuerpo libera dopamina y sientes el deseo de volver a realizar esa acción. Se llama circuito de recompensa. Bajo esa premisa básica, las sociedades actuales ofrecen estímulos de tal manera que se refuerzan estos circuitos de recompensa; de ahí que se multipliquen las adicciones a todo tipo de actividades, ya sea estar delante de una pantalla o consumiendo cualquier producto. Desde esa óptica, la Semana Santa y todo lo que rodea a hermandades y cofradías puede caer en la trampa de transformarse en un bien de consumo como cualquier otro, donde se ofrece la dosis de dopamina y se pasa a la siguiente cosa.

 Ahí, la formación de los cofrades resulta esencial. No solo para su propia vivencia personal, sino como germen de comunicación para hacer llegar al mundo esa misma idea: que las cofradías son algo más que unas lágrimas derramadas al paso de una imagen y que su trabajo cotidiano, muchas veces silencioso, puede contribuir a conformar la sociedad del mañana, como ya ha ocurrido anteriormente; un cambio a mejor. Porque, como bien sabes, después de Semana Santa, lo que nos queda es la Resurrección.

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citas:

1Catalá Sanz, J. A., Pérez García, P. (2021) La pena capital en Valencia (1450-1500): cifras, espacios urbanos y ritualidades funerarias de la Cofradía de Inocentes y Desamparados. Revista de Historia Moderna 39, 272-334.

2VV. AA. (editado por Pérez, S. M.) (2022) Mujeres y hermandades, la feminización del mundo cofrade. Editorial de la Universidad de Huelva.

3Lavrin, A. (1980) La Congregación de San Pedro: Una cofradía urbana del México colonial-1604-1730. Historia Mexicana 29, 562–601.

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Más episodios

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