Desde los comienzos de la tradición bíblica, la humanidad ha recibido la tarea de cuidar la naturaleza. La Iglesia Católica enseña que no haber asumido esa tarea conforme al plan de Dios ha desembocado en la actual crisis ecológica, cuyo exponente más mediático es el cambio climático y sus consecuencias.
La Iglesia insiste en que por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Nadie puede ignorar que en los últimos años ha habido fenómenos extremos que son las expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que afecta a todo el planeta.
La crisis ecológica tiene una raíz humana. La naturaleza es tratada habitualmente como un instrumento que las personas pueden explotar sin consideración alguna.
Nunca en la historia la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien. La crisis ambiental debe considerarse como una de las caras de la misma moneda, estando la otra cara formada por la crisis social. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.
El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos y esto afecta especialmente a los más débiles, frágiles o vulnerables del planeta. Luchar contra el cambio climático sin incluir la defensa de las personas más desfavorecidas es una reclamación incompleta.
No se puede alcanzar una solución completa y eficaz considerando ambas realidades como independientes entre sí. Se necesita una ecología integral que proteja no solo el ambiente natural, sino a las personas que habitamos el planeta, junto a los patrimonios artístico, histórico y cultural.
La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Los problemas medioambientales están íntimamente ligados a la cultura del descarte; personas y cosas se convierten rápidamente en basura.
La Doctrina Social de la Iglesia invita a tener presente que los bienes de la Tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todas las personas: estos bienes deben ser equitativamente compartidos según la justicia y la caridad.