En el siglo diecinueve (s. XIX) se produjeron en Europa varios conflictos de naturaleza económica. En esencia se trataba de una divergencia entre capital y trabajo. Dicho de otro modo, la cuestión iba sobre la manera en que los empleadores trataban a sus empleados. Tales conflictos dieron lugar a la llamada «cuestión social», también conocida como «la cuestión obrera».
No era habitual que los pontífices de la Iglesia Católica tratasen temas de esta índole por ser vistos como algo mundano. Sin embargo, el papa León XIII comenzó a fijarse más y más en ellos hasta que escribió el documento titulado «Rerum novarum», en que se hablaba específicamente sobre dicha «cuestión obrera».
A partir de ahí, la Iglesia se fue fijando más en las cuestiones que suponían un conflicto de naturaleza social entre las personas. A día de hoy, cuando hablamos de «social» nos estamos refiriendo a cualquier relación que involucre a dos o más personas en todos los ámbitos de la existencia: el mundo del trabajo, la política, la sanidad, la familia, etcétera.
La «vida social» no es una invención artificial, sino una dimensión esencial e ineludible de la naturaleza humana. Por tanto, el anuncio del Evangelio debe incluir también lo social para mostrar la inagotable fecundidad de la salvación cristiana.
Teniendo todo lo anterior en cuenta, es por eso que decimos que la sociedad humana recibe la enseñanza social de la Iglesia porque la Iglesia en sí misma no se encuentra ni fuera no sobre las personas en sociedad, sino que existe exclusivamente por ellas y para ellas.